Indignaciones de hembra humana adulta

Publicado el 25 de abril de 2025, 18:45

“Fue un acto machista porque a él no le pasó nada. Lo cuento porque hay que ponerlo en valor, no porque yo sea feminista ni de podemos ni nada de eso”.

¿Qué pensarías si escucharas esta frase de una persona? Qué pensarías, qué dirías, si esa frase además, la pronuncia una mujer.

Eso oí hace unos meses, en una visita guiada con un grupo, algunos amigos, otros recién conocidos. En definitiva, en un ambiente donde no podía ser yo en mi esencia, para variar, por miedo al rechazo, al qué pensarán, a no ser aceptada y a todas esas mierdas a las que tememos mayoritariamente las mujeres, porque, como nos han dicho siempre, “calladita estás más guapa”.

 

La visita fue al final de una estancia de todo un fin de semana. Por suerte no fue al principio. No pude dejar de pensar en aquella frase que se repetía dentro de mi cabeza una y otra vez.

Pasé por diferentes fases. Detesté a aquella mujer en el mismo momento en que la escuché. No me atreví a verbalizar, pero he de decir que mi cara habla casi siempre y cuenta lo que mi boca no, sobre todo en momentos donde el silencio se apodera de la situación si, al menos, quiero salvarla aunque sea un poco.

Instantes más tarde, intentando encontrarle sentido a lo que había sucedido, en la búsqueda de una sola razón que justificara aquello que había vivido, juzgué a la guía para terminar queriendo empatizar con ella y entenderla. Y lo cierto es que lo hice.

<<Por ser una mujer judía atrevida y tener relaciones con un católico>>

Cualquier situación necesita un contexto.

Todavía, tres meses después, no sabría decir si fue una opinión o una rotundidad

Nos hablaba nuestra guía sobre aquellos hechos que se daban en el siglo XIII aproximadamente, en una ciudad como Trujillo, medieval y con tanta historia en sus calles y los muros en los que se levanta.

Nos hablaba de dónde estaba ubicado el barrio judío y el católico, y por tanto, de la ausencia de relación que debía haber entre los habitantes de cada uno de ellos. 

Una historia que podía incluso rozar el amor romántico, ese que también está presente en el siglo XXI y que es uno de los cimientos que construyen la violencia machista.

Una mujer judía y un hombre católico tuvieron encuentros íntimos a escondidas hasta que se descubrió el pastel. Casi como una película de las poco intuitivas de antena tres (entiéndase mi ironía) podemos saber el desenlace de tal historia.

Ella es colgada en la plaza del pueblo ante todos y todas, por ser una mujer judía atrevida y tener relaciones con un católico.

Él, como era de esperar, incluso en tiempos inmemorables, no sufrió consecuencia alguna.

Nuestra guía termina la escena con el colofón “fue un crimen machista porque a él no le pasó nada. Lo cuento para ponerlo en valor, no porque yo sea feminista ni de podemos ni nada de eso”.

 

Visiblemente nerviosa, apenas había llegado a la mitad de la frase cuando ya se había arrepentido de hacer aquel comentario. Entendí en su gesto, un intento de mejorar aquello de “poner en valor”, pensó ella, y pensé yo, que de un plumazo voló por los aires la etiqueta que podríamos colgarle cualquiera de los que la escuchábamos con interés.

<<Terminé creyendo que ella, como yo, no día ser ella misma>>

Y aquí, ojiplática, incrédula, ansiosa, nerviosa, perpleja, impotente, pero sobre todo, callada, quedé tras oír aquello.

En mi última fase terminé creyendo que ella, como yo, no podía ser ella misma. Se encontraba delante de un puñado de desconocidos donde debía ser correcta, hablar de la historia de la ciudad sin ser demasiado evidente su postura religiosa o política, esos temas escabrosos que no deben tocarse en las reuniones de amigos, mucho menos de desconocidos.

Entenderla no me calmó. Lo que me habría calmado habría sido ponerme en carne viva delante de todos y todas los presentes. Sólo calmaba esa parte de mí que rechazó a aquella mujer y que me provocaba una emoción muy desagradable.

<<Ser feminista no es ningún insulto, es un orgullo>>

Aquello no hizo desaparecer las ganas de decirle que para ser feminista, no hay que ser de podemos, y que por supuesto, ser de podemos, no significa ser feminista

Que lo que es malo, es ir en contra de los derechos fundamentales de las mujeres, y por supuesto, de los derechos humanos.

No calmó aquello las ganas de decirle que ser feminista no es ningún insulto, es un orgullo, y que estaba dando una clase de moralidad muy injusta delante de mis hijas.

Que hay que ser feminista por simple moralidad y ética, por la mera necesidad de hacer de este mundo, un lugar más amable y más justo con las mujeres.

Que su opinión había empezado bien y había acabado colgada de aquella misma plaza que un día juzgó a una mujer, una vez más, por el simple hecho de serlo.

Debí recordarle que no hay que irse ni a veinticuatro horas atrás para saber que una mujer ha sido asesinada, un día más, a manos de su pareja, que las mujeres seguimos siendo canceladas como @barbijaputaaa por no callar como aquel día callé yo para no salirme de la norma, porque si las mujeres hablamos, seguimos importunando e incomodando.

Que las mujeres seguimos siendo objeto de abuso y explotación, desprestigiadas, silenciadas y violadas a todas horas, los siete días de la semana sin descanso, también por el hecho de ser mujer.

 

Querida guía, cuánto me duele escuchar a las mujeres hablar así en lugar de ser contundentes, arriesgarse a ser señaladas por reconocer y dar visibilidad a la lucha feminista. Es más que un honor alzar la voz, es una forma de vida, respetable y auténtica, generosa, como somos las mujeres, porque, querida guía, si las mujeres domináramos el mundo, de las plazas se colgarían a diario los abusadores que las pasean.

 

Fotografía de @knnslens

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